No callan ¡Oh, pena, no poder escribir después de muerto, cantar del otro lado del río, llevando, con la voz, la contraria a las golondrinas profetisas. En el hombre, en la niña, en los dioses prehistóricos, y los vulnerables héroes, viajan la eternidad y la muerte atadas las manos con un hilo rojo, y amordazadas por cruces y leyes. Es una grandísima pena no escuchar los cantos de quienes hendieron antes estas callejuelas deshojadas, ¿qué nos susurrarían?, ¿aplaudirían corduras?, ¿se burlarían de las torpezas? Y si tal vez… ¿Si fuera posible, ya nos cantaran desde los siglos? Si nos enviaran mapas embotellados nimbomórficos, faunomórficos, pluviomórficos en octubre, abejomórficos de mayo, si metieran en nuestras voces sus salmos ventrilocuaces. Si interpretasen sinfonías en amores ancianos, entre los dedos del pie que amasan cielos y tierras, en las costuras de los telones, incluso en las escaleras al Cielo. Presta atención, poeta, que nu