Abraza los cardinales, los señala desapercibida mientras avanza oblicua al suelo que le hiere sur. Se mueve húmeda de sangre, empapada de gritos y todas las culpas, como un enorme escorpión disecado bajo el sol astillante, roedor; se acerca a su destino vertical. Le inyectan diestra y siniestra, y en el norte la verdad sarcástica que sonríe con piedad a la mano que escribe; el sur se entierra y el polvo se hace mezcla: oro, incienso y mirra. Convergen en su centro todas las palabras, vorágine de eras y espacios, oye gritos de futuro y pasado, destino vertical, aduana y frontera del horizonte supremo, más gritos y miradas, su piel áspera cuelga de los cuellos y se sube a los techos, blanquísima. De pronto realiza el peso de su epidermia, también ella se inclina suavemente ante la corona de espinas.
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