Le habían dicho que había nacido en el Pacífico, hija o nieta de un monzón. La gotita se había condensado con paciencia y lentitud proverbiales, muy a su pesar. Hoy, en el día de su despegue hacia la gravedad La Casualidad escogió para ella una pequeña villa en Kyoto. La gotita divisó su destino terrestre todavía agarrándose con sus temblorosas patitas, como miden su caída todas las gotas. Suspiró y se dejó atraer por el mapa, sin abrir los ojitos, respirando las capas atmosféricas, y rezando a La Casualidad que le permitiera volver pronto.