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Acuario

 

 

Acuario

Frank Herrera

La tengo en el pecho y entre los dedos,

tengo agua hasta en los besos.

No como el trompetista de jazz que 

ensaya sus colores en el balcón de enfrente

sino en mí,

encima de mis rincones esparcidos

y debajo de mis aguas laboriosas

tengo toda el agua.

 

Adora las vísceras amorosas de la Tierra,

desmantelada por buitres bondadosos

y expuesta al sol, 

vulnerable ofrenda al sol.

 

El agua me tiene, me colma como en brasas,

centuria de placeres intuitivos que son 

muerte orquestal y alimento taciturno;

el vestigio de Cielo nos tiene en el regazo,

sintiéndonos y dejándose palpar,

armándonos como buitre bondadoso,

viviendo en nuestras vísceras

como un extraño rumor,

pero no del balcón del frente,

sino en nosotros, en nuestros rincones temblorosos,

en nuestros cientos de centurias apelmazadas 

por vientos mutantes sin apellido.

 

Nos tiene,

como se tiene una vida,

como una nuez llena de lágrimas de sol,

que se funden en el aullido de un perro de Singapur.

 





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Las lágrimas

Tengo las lágrimas llenas de gritos, ¿Las ves? Escúchalas como se desbaratan los puñitos contra las paredes de las gotas. No las dejo salir porque rompen todo. Uno puede construir bien un palacio o un teatro que si alguna de esas hijas de Ares se asoma, lo destruye sin que medien razones. ¿Me creerías que las muy malditas son capaces de culparme por todo? Como no podrían hacer mayor daño con esas manitas diminutas, usan las mías y me las devuelven rotas, ensangrentadas, llenas de concreto o de sangre ajena. No tienes idea de lo difícil que es escribir cuando se te aferran por docenas a las pupilas, y ves todo como si estuvieras miope terminal. Parece que le tienen un pavor extintivo a que yo me siente, escriba y olvide.

Convergencia

Abraza los cardinales, los  señala  desapercibida mientras avanza oblicua al suelo que le hiere sur. Se mueve húmeda de sangre, empapada de gritos y todas las culpas, como un enorme escorpión disecado bajo el sol astillante, roedor; se acerca a su destino vertical.                      Le inyectan diestra y siniestra, y en el norte la verdad sarcástica que sonríe con piedad a la mano que escribe; el sur se entierra y el polvo se hace mezcla:                                                     oro, incienso y mirra. Convergen en su centro todas las palabras, vorágine de eras y espacios, oye gritos de futuro y pasado, destino vertical, aduana y frontera del horizonte supremo, más gritos y miradas, su piel áspera cuelga de los cuellos y se sube a los techos, blanquísima. ...