Yo me toco la frente y toco un caldero, un chelo agitado, una rodaja de sol chamuscada, una gata en celo. En el fondo de las palabras se deslizan los besos, trémolos, asustados por un innombrable. La noche se hace pequeñita y se inyecta en este corazón que escribe, de este que llora estrellas prestadas, que derrocha versos heredados pululando de dolores de pecho. Yo me toco la frente como llamar a la puerta de un prójimo, áspera y pesada puerta que fue también puerta de cabaret, de iglesia y de jardín prohibido. Ya se han ido lavando los matices, las series de lugares conocidos y gastados, las fiestas mejores ya suenan poco, y poniendo íes bajo los puntos, declararé que sigo sin ver nada, absolutamente nada. Y cuando húbose marchado la orquesta acusadora, sigo aquí, soñando.