“¿Qué edad crees que tengo?”, me preguntó con una simpática amenaza. Si quisieras saber la edad de alguna mujer, primero le pedirás que desnude ambas manos y pies. Toma nota, aventurero, pues este ancestral secreto no vino de ningún viejo que de la misma mujer: Sus pies se van desgastando, como la luz de una estrella, por caminar entre piedras. Ella va andando con la vista lo que luego sus pies hollarán, su dolor cantando al mañana y sus dulzuras al ayer. Igualmente advertirás, con tus ojos detectives, que apuñando los anuarios con sus tibias manos va. La mujer toma la vida con ambas manos despiertas, y crea mil formas geniales la detallista orfebrera. Ella aplaude con sus manos, y con sus palmas trabaja, forja con ellas futuro, el lejano que nos caza. Pero no busques, te advierto, en su rostro o en su vientre: dueña de sí, con su cuerpo toca el aire, la mujer.