Prehistoria [microcuento] A la sombra de un atardecer y vigilando herbívoramente, la colegiala costarricense sacó un rotulador para apuñalar a la censura. Al acercarse al umbral de una vieja puerta, sintió otra mano empuñando la suya como una navaja. La navaja pertenecía a Troy, del Bronx, que tallaría su nombre al respaldar de un asiento del metro, con un inevitable impulso como si cumpliera una profecía. Esa profecía estaba por escribirla Arminio en un muro de Pompeya, se traduciría algo como "si te molesta, te encanta". Antes miró al cielo: llovería pronto. Algunas gotas caían afuera de la caverna, cien siglos antes de Argentina. Luego de haber escalado algunas rocas, la mujer apoyó la izquierda sobre la bóveda, mientras lanzaba un tinte rojizo para inmortalizar su huella en la caverna, la vida, la historia y en la mano de la colegiala que escribía en la vieja puerta, cobijada por la lluvia.